lunes, 4 de mayo de 2015

XIII. El juicio ético de las acciones particulares


Las fuentes de la moralidad

Los actos humanos, es decir, libremente realizados tras un juicio de conciencia, son calificables éticamente o moralmente: son buenos o malos. El hombre obra por un fin. Y nuestros actos serán buenos o malos si se ordenan o no al fin último.

Para que los actos que realiza el ser humano se ordenen a su fin deben ser:

a)     ordenables al fin (bondad objetiva);

b)     que la voluntad lo ordene a ese fin (bondad subjetiva).

En consecuencia, la moralidad de los actos humanos depende del objeto elegido; del fin que se busca o intención; y de las circunstancias de la acción. El objeto, la intención y las circunstancias forman las «fuentes» o elementos constitutivos de la moralidad de los actos humanos.

a) El «objeto»

Por objeto se entiende, no la acción considerada en sí misma sino la acción considerada en relación a la norma ética. La materialidad de la acción (objeto físico) es, por ejemplo, disparar la escopeta, decir falsedades de otra persona, no tomar en consideración el mal comportamiento de otro, etc. Y en cambio, el objeto ético es, en estos ejemplos, homicidio, calumnia, perdón, etc. La moralidad de los actos se obtiene fundamentalmente del objeto.

En último término, la rectitud objetiva de los actos depende de la recta razón informada por la ley. Por eso, toda voluntad que se aparta de la razón es mala, pero además se requiere que la razón haya aprehendido rectamente el orden honesto. Es decir, la voluntad es buena sólo si el objeto es bueno y aprehendido como tal. En consecuencia, sólo si el acto humano es bueno por su objeto, es ordenable al último fin.

Hay actos que son intrínsecamente malos porque son malos siempre y por sí mismos, es decir, por su objeto, independientemente de las ulteriores intenciones de quien actúa y de las circunstancias.

Aunque abstractamente se podría hablar de objetos o actos indiferentes, la intención o las circunstancias harán que sean buenos o malos.

b) La «intención» o el «fin»

La intención es la finalidad por la que un individuo realiza un acto bueno o malo. A la intención se le conoce como “fin del que actúa” y el objeto ético es el “fin al que una obra tiende” por su naturaleza misma, considerado en su relación a la norma ética o moral.

Esta distinción es importante pues hace que, por ejemplo, el hablar (acto indiferente) se convierta por la intención del sujeto en calumnia o alabanza. En consecuencia, una acción buena puede convertirse en mejor (o de indiferente, en buena) si el fin del sujeto que actúa es bueno, y por el contrario un acto que sea malo no puede pasar a ser bueno aunque se proponga el que actúa un fin bueno  (p. ej.: no se puede robar para ayudar a unos pobres). También un acto que es bueno en sí mismo puede convertirse en malo por un fin malo (p. ej.: dar limosna para que vean mi generosidad). Y eso se debe a que aunque el acto bueno es «ordenable» al fin último, debe alcanzar su perfección última y decisiva cuando la voluntad lo ordena efectivamente al fin último.

Para que la intención sea recta se requiere que la voluntad se ordene al último fin. Esta ordenación no tiene que ser expresa, pero hace falta que no sea retractada y que se vaya actualizando.

El fin o intención no se limita a la dirección de cada una de nuestras acciones tomadas aisladamente, sino que también puede ordenar varias acciones hacia un mismo objetivo; puede orientar toda la vida hacia el fin último. Y también una acción puede estar inspirada por varias intenciones.

La intención con que se realiza el acto, aunque sea externo, es siempre interna: sólo el sujeto que la realiza sabe la verdadera intención. Por lo tanto, aunque tengamos que juzgar a los demás hemos de salvar siempre la intención. Eso nos llevará a tener una intransigencia con el error, pero una gran transigencia y comprensión con las personas.

c) Las «circunstancias»

Son las situaciones que se dan junto al actuar humano. Más concretamente, son los elementos secundarios de un acto ético. Contribuyen a agravar o a disminuir la bondad o la malicia de los actos humanos (por ejemplo, la cantidad de dinero robado). Pueden también atenuar o aumentar la responsabilidad del que obra (como actuar por miedo a la muerte). El hombre actúa en medio de un cúmulo de circunstancias. Las más comunes son:

o   «quién»: es decir, la persona que actúa;

o   «dónde»: el lugar donde se realiza;

o   «con qué medios»: los medios con los que se lleva a cabo la acción. Tienen que ser buenos. Es falso el dicho: «el fin justifica los medios»;

o   «cuándo»: se refiere al momento en el que se realiza la acción.

Las circunstancias afectan la valoración ética de tres maneras:

o   las que agravan o disminuyen la malicia de un acto (p. ej.: es peor pegar al propio padre que a un desconocido);

o   otras circunstancias añaden una nueva malicia (p. ej.: matar al Sumo Pontífice);

o   ninguna circunstancia puede transformar en buena una acción mala. Las circunstancias particulares pueden atenuar la malicia (de un acto), pero no pueden suprimirla.

En conclusión, para que un acto sea bueno se requiere que las tres fuentes de moralidad (objeto, fin y circunstancias) sean también buenas. El bien nace de la rectitud total; el mal nace de un solo defecto.
 

Valoración ética del impulso de las pasiones

La pasión es la tendencia que nos arrastra hacia algún objeto conocido por facultades sensibles. Puede ser de dos tipos:

a) Antecedente: cuando precede y es concausa del acto voluntario. La pasión puede ser tan fuerte que perturbe el uso de la razón y disminuya o anule, en casos extremos, la voluntariedad y libertad del acto (p. ej.: el crimen pasional realizado por celos disminuye la responsabilidad que tiene los cometidos a sangre fría).

Dentro de la pasión ocupa un lugar destacado el miedo, que también puede disminuir o anular la responsabilidad si se trata de un mal probable e inminente. El miedo, cuando paraliza totalmente la voluntad se convierte en pánico (p. ej.: el fuego que quema un edificio puede llegar a quitar la responsabilidad de aquel que se tira por la ventana).

b) Consiguiente: es posterior al acto de la voluntad o consecuencia de la decisión que uno ha tomado. La voluntad excita intencionadamente las pasiones para obtener con más facilidad su objetivo no anulando la voluntariedad (p. ej.: la prima económica que recibirán los jugadores después del partido de fútbol no anula ni disminuye la responsabilidad de las faltas de deportividad que éstos puedan cometer).

Con respecto al miedo, podemos decir que éste no es la causa de la acción, y, por ello, no disminuye la responsabilidad (p. ej.: la persona que realiza un atraco también suele tener miedo, pero éste es consecuencia de la decisión que ha tomado. Por eso, no realiza la acción «por miedo», sino «con miedo»).
 

El bien y el mal son objetivos y universales

Aunque hacemos gran hincapié en la intención y en las circunstancias debe quedar claro que el bien y el mal son realidades objetivas. De esta manera, no se cae en un relativismo ético, que obtiene la valoración ética solo del fin del que actúa o de las circunstancias de la acción.

Esta tesis de que el bien depende de la moralidad del objeto se corrobora a lo largo de la historia en la que se condenan las mismas acciones (p. ej.: el asesinato siempre ha sido una acción mala independientemente del tiempo en el que se realizaba). Sólo cabe un cierto relativismo en aspectos secundarios de las acciones.

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