«El bien es la primera
realidad advertida por la razón práctica, por la razón que dirige y planea la
conducta». En consecuencia, toda persona posee un conocimiento espontáneo
acerca del bien.
Aunque se da ese conocimiento espontáneo acerca del bien, no
es tarea fácil realizar su definición con exactitud, ya que es un concepto
básico y un trascendental del ente. Pero, además, la noción del bien tiene
diversas acepciones. No es lo mismo decir que tengo buena dentadura que decir
que el hombre realiza bien su trabajo profesional. Por esto, distinguimos perfectamente
una bondad de la otra.
En cuanto que una cosa «es», es buena, y ése es el bien ontológico; en ese sentido
hablaríamos del bien referido a la dentadura. En cambio, el otro es el bien ético,
es decir, el que se refiere al hombre que realiza bien su trabajo profesional.
El bien ético se relaciona con el bien ontológico aunque se distingue
claramente de él (p. ej.: el acto conyugal y la fornicación son dos actos
ontológicamente buenos, pero moralmente uno es bueno y otro es malo).
Aunque el bien ético se distingue claramente del bien
ontológico, también hay que hacer notar que se contrapone a la bondad técnica, que es la idoneidad para
un fin que en sí mismo no es el bien humano; de aquí que puedan discrepar bien
técnico y bien ético (p. ej.: se puede construir bien una llave – bondad
técnica, como adecuación a un fin material – para desvalijar una caja fuerte –
ilicitud ética, por no estar tal acción conforme con la norma de moralidad –).
El bien es el ente en
cuanto que apetecible
En metafísica se
estudia que la bondad de las cosas (bien ontológico) es un aspecto trascendental
del ser. Por lo tanto, decimos que el ente es bueno en cuanto es apetecible, y
en consecuencia el bien es lo que todos desean. Por lo tanto, la bondad de las
cosas no es otra cosa que la perfección entitativa en cuanto que apetecible a
una tendencia sensible o espiritual.
Como hemos dicho, el bien es el propio ente en cuanto que
apetecible, y por esto podemos decir que el ente no es bueno por ser amable,
sino que es amable por ser bueno, pues de lo contrario caeríamos en la tesis
idealista en la que el querer sería la causa de la bondad ontológica (p. ej.:
un cuadro no es bueno porque nos gusta, sino que nos gusta por sus condiciones
estéticas).
Las cosas tienen una determinada perfección, como es la
bondad, independientemente de nosotros. A esa misma perfección, en cuanto
resulta conveniente, la llamamos bien o bondad. La raíz de la bondad consiste
en la perfección propia del ente.
El bien ético o moral
a) La naturaleza humana.
El bien moral es exclusivo del hombre, y corresponde a las
acciones de la naturaleza humana. Por eso, es necesario estudiar la naturaleza
humana para saber cuál es el bien del hombre.
La naturaleza es la esencia de un ente. En ese sentido,
podemos decir que es un modo de ser determinado. La diferencia entre la esencia
y la naturaleza es de aspectos, pero no de realidades. Pero, además, la
naturaleza puede ser considerada también como una constitución operativa: un
principio de operaciones que realiza un modo de obrar propio y característico
(p. ej.: reír, pensar, etc.).
La naturaleza se puede entender como sinónimo de proceso y,
por lo tanto, algo dinámico (physis);
por ello decimos que cada ente tiene su propia naturaleza y su peculiar
desarrollo específico. Pero también entendemos la naturaleza como término final
del proceso mencionado, y por ello es llamada fin (telos). En este último sentido entendemos que el obrar humano tiene
un sentido finalista, es decir, se ordena a la consecución de un fin, que no es
otra cosa que la máxima actualización de sus capacidades naturales.
Ahora podemos afirmar que el perfeccionamiento de la
naturaleza humana es el bien del hombre en sentido estricto. Por eso, el bien
del hombre reside fundamentalmente en la rectitud de su obrar, es decir, en que
su conducta se encamine a la correcta perfección del sujeto humano (aunque todo
hombre es bueno por el mero hecho de ser, sin embargo diremos que unos hombres
son buenos y otros son malos si dirigen sus actos al bien debido, o no los
dirigen a éste).
Ahora bien, se nos plantea el determinar cómo una acción
concreta se encamina al verdadero perfeccionamiento del hombre. La respuesta es
sencilla: por su conformidad con la naturaleza humana. Por eso, decimos que la
naturaleza es norma y ley de la actividad humana.
Además, en la filosofía cristiana el concepto de orden
natural se ve enaltecido al entenderse como orden divino, y tiene a Dios como
fin último. La filosofía cristiana también cuenta con el fin sobrenatural del hombre
conocido por la Revelación, el cual no se opone al fin natural – la perfección
última de la naturaleza humana –, sino que lo excede y lo permite alcanzar más
fácilmente.
b) El bien ético
La naturaleza humana y sus fines constituyen el fundamento de
nuestra conducta y marcan el camino hacia la consecución de nuestro bien. Pero
¿por qué podemos decir que este bien es moral? Lo que hemos dicho hasta ahora
también se refiere a los animales (que obran según su naturaleza y según un fin
natural), pero no realizan acciones morales.
El bien en el hombre adquiere
la dimensión moral, porque el
hombre es libre, de tal manera que la obtención de su bien es causada por su
libre autodeterminación. Por eso, el hombre no es conducido necesariamente a
sus fines, sino que los conoce como bienes morales que debe alcanzar y según
los cuales debe conducir su vida, aunque a veces no lo haga. Este orden natural
se presenta al hombre como algo que debe respetar: si lo respeta, la persona
humana es buena, es decir, tiene buena voluntad; si no lo respeta, es mala, es
decir, tiene mala voluntad. En consecuencia, la bondad moral es la bondad de
las acciones libres y, en último término, de la rectitud de la voluntad humana.

De lo anteriormente enunciado se deduce que los fines
esenciales de la naturaleza son fines morales en la medida en que son la norma
de la actuación libre del hombre. Esos fines pueden ser captados de diversos
modos: en primer lugar, a través del sentido moral común (sindéresis) (p. ej.:
todo el mundo sabe espontáneamente que matar es malo). Pero además de este
sentido moral común, la ética se fundamenta en el conocimiento científico de la
naturaleza humana. Y por eso dice Santo Tomás que:
«la razón entiende como
bien todas aquellas cosas hacia las que tiende la naturaleza».
Por eso, se llama recta
razón a la que conoce sin error los fines que el hombre debe buscar con sus
actos. Ahora se puede comprender más fácilmente que la norma de la moralidad es
la recta razón, ya que la
racionalidad indica la condición específica del hombre; «recta» significa que
no está desviada hacia fines no racionales, en los que la razón no se reconoce,
como sería el simple deleite de los sentidos o la pura autoafirmación de la
voluntad (la terquedad). Por eso, podemos concluir que el bien moral es el bien
conveniente a la naturaleza humana según el principio de la recta razón.
Ahora bien, como el fundamento último del orden natural es
Dios, será también el fundamento último del orden moral. Por lo tanto,
cualquier transgresión de la ley natural es una ofensa a Dios. A este respecto,
sostenemos que el fundamento último del orden moral es Dios; sin embargo, el
fundamento próximo de este orden moral es la naturaleza humana. Y como ambos
órdenes se nos presentan a través de la recta razón, concluimos que ésta es la
regla moral que guía de modo inmediato a la voluntad.
Por último, nos podemos preguntar qué es lo que hace que la
voluntad sea buena o sea mala. La respuesta es simple: la voluntad es buena
cuando quiere libremente el bien proporcionado a la naturaleza humana según el
juicio de la recta razón; y es mala cuando quiere libremente el mal. Por eso,
podemos afirmar que el orden moral se fundamenta metafísicamente en el orden de
la naturaleza humana a sus fines. El bien moral es el bien absoluto (simpliciter) de los actos humanos, el
que les conviene en tanto que humanos; en cambio, las otras especies de bondad
lo son en un cierto aspecto (secundum
quid), es decir, relativamente a su
condición de ser (bien ontológico), o relativamente a un fin restringido (bien
técnico).
Las virtudes como
géneros supremos del bien ético
Podemos decir que:
«la virtud moral
consiste principalmente en el orden de la razón».
Eso tiene varios
significados.
Desde el punto de vista del origen de la virtud. Se quiere
decir que es un hábito que la razón forma o imprime en las potencias
apetitivas, y que sólo en cuanto formados por la razón esos actos son virtudes.
Si nos atenemos a la medida del acto virtuoso, queremos decir que esa medida es
establecida por la razón, y que el ser conforme a la razón pertenece a la
esencia misma del acto virtuoso. Por eso, para Aristóteles la virtud moral es:
«un hábito electivo
que consiste en un término medio relativo a nosotros y que está regulado por la
recta moral en la forma que lo regularía el hombre verdaderamente prudente».
Pero también podríamos definir la virtud como lo que no sólo
es formada y medida por la razón, sino que es formada y medida teniendo a la
razón como punto de referencia y como criterio interno de la constitución y
distinción de los bienes y valores que son el contenido mismo de las virtudes.
La felicidad es el bien propio de la persona y la unión con
Dios, que es la vida buena y feliz, es posible en virtud de la razón. Ahora
bien, razón significa la parte racional del alma, que comprende tanto el
intelecto como la voluntad y el amor. Es decir, el punto de referencia para la
constitución y distinción de las virtudes es el crecimiento de la parte
superior del alma en la dirección de su bien propio o, con otras palabras, el
recto despliegue del conocimiento y del amor.
La naturaleza tiende a su plenitud, a los bienes que le son
convenientes, hacia los cuales tiene un deseo natural. Este deseo natural (voluntas ut natura) es el deseo de la
felicidad. En cambio, la tendencia de la sensibilidad es un deseo orgánico de
bienes sensibles, que ejercen un influjo sobre la razón. El placer sensible
tiende a deprimir la actividad racional superior, y a su vez, la parte sensible
admite una regulación racional. La regulación de las pasiones es un bien al que
Santo Tomás llama bonum rationis, que
también se puede llamar ordo amoris.
Por eso, el Aquinate dice que:
«el fin próximo de la
vida humana es el bien de la razón general y (...) que el mal del hombre es lo
que está en contra de la razón».
La prudencia, la justicia, la templanza, etc., no son otra
cosa que las diversas realizaciones del bien propio del ser racional (bonum rationis). Como los diferentes
impulsos requieren diferentes correcciones para poder formar parte de la vida
feliz, existe una pluralidad de géneros del bien moral. El bonum rationis en lo que se refiere al discernimiento es la
prudencia; en lo que se refiere a las relaciones interpersonales, la justicia;
con relación a la moderación del impulso del placer, la templanza, etc.
La prudencia, la
justicia, la fortaleza y la templanza son consideradas las virtudes fundamentales
o cardinales. No obstante, esta teoría clásica de las virtudes cardinales debe
ser completada de modo que quede claro que la virtud en la que están implícitas
todas las demás es el amor o caridad. Otra virtud que debe ser considerada en
la vida moral es la humildad, sin la cual ninguna otra lo es verdaderamente.
Ahora bien, las virtudes no son proposiciones abstractas, sino modos de vivir y
de ser, modos de decidir y de proponerse objetivos, que han de ser realizados a
través de las acciones libres.
La recta razón como
regla ética y el significado objetivo de las acciones
Es clásica la tesis de que la recta razón es la regla de
la moralidad de las acciones. El problema que se plantea es principalmente el
de la valoración ética de las acciones singulares. La voluntad y el apetito
implican una relación. Apetecer es referirse a un bien, y el bien es lo
deseable para la voluntad. El concepto de bien es un concepto de relación; esta
puede establecerse en dos niveles. El primero y fundamental está definido por
la relación que fundamenta la constitución de la verdad moral. El segundo, se
refiere a la relación por la que el bien moral queda inmediata y formalmente
constituido.
El bien en sentido moral expresa fundamentalmente la
conveniencia o conformidad del objeto o del acto querido con el bien de la
persona humana, considerada en su totalidad y en lo que es su vida buena y feliz,
pero la regla inmediata y formal de la moralidad de la acción es el juicio
racional que presenta a la acción como virtuosa o viciosa, como contraria o
conforme al bien de la persona. En consecuencia, lo que constituye formalmente
el valor moral de los actos humanos es la conveniencia del objeto o del acto querido
con el bien de la persona humana, según el juicio de la recta razón.
La actividad de la recta razón:
el nivel intelectual de los principios;
el nivel discursivo de la vida ética;
el nivel de la prudencia
Podemos distinguir tres niveles en la actividad de la
acción práctica: el nivel intelectual de los principios; el nivel discursivo de
la vida moral; el nivel práctico de la prudencia
a) El nivel intelectual
de los principios.
La actividad del a recta razón se fundamenta en los primeros
principios prácticos captados por la sindéresis
(hábito intelectual). La sindéresis capta el primer principio de la recta
razón y también presenta los fines de las virtudes como bienes que deben ser realizados.
La sindéresis presenta los fines propios de las virtudes con una cierta universalidad,
pero lo que no hace es señalar concretamente en qué modo y medida consiste el
vivir justo. Esta determinación compete a la prudencia con relación a las
situaciones singulares.
Conviene recalcar que las virtudes son los principios
propios de la recta razón. Por lo tanto, es recta la razón de quien deseando
ser justo, templado, etc., delibera acerca del modo de ser justo, templado,
etc. En consecuencia, no basta saber qué es la justicia, por ejemplo, sino que,
sobre todo, hay que querer ser justo.
b) El nivel discursivo
de la ciencia ética
Para saber el contenido y las exigencias de las virtudes
morales hace falta relacionar la razón práctica y la concepción del hombre y
del mundo. Por lo tanto, hay una íntima relación con la antropología.
Por ejemplo, para determinar las exigencias concretas del
amor o de la caridad tenemos que considerar que el hombre es imagen de Dios y
está ordenado a Él y no se relaciona con los demás por pura utilidad. De tal
manera que podemos decir que el valor de la persona es tal que ante ella sólo
el amor es la actitud justa. Quien determina los significados de la persona
humana es la antropología. Lesionará, por ejemplo, la virtud de la justicia el
trato recibido por los hebreos por parte del régimen nazi o la persecución de
los ucranianos por parte de Stalin.

c) El nivel de la
prudencia.
La acción se da en el ámbito de lo particular. Para que
sea recta no bastan los primeros principios ni la ciencia moral, ni tampoco el
conocimiento universal de las virtudes y sus exigencias. Es preciso un nuevo
tipo de saber que es la virtud intelectual y moral llamada prudencia, que
atiende a lo que aquí y ahora requieren las virtudes, teniendo además en cuenta
todas las circunstancias.
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