lunes, 4 de mayo de 2015

VI. La libertad


El acto humano

 
Hay una primacía del ser sobre el obrar. Por lo tanto, hay una relación y una primacía del ser ético sobre el obrar ético o moral. Según se sea se deberá actuar en consecuencia. La honestidad del acto humano es el centro de la ciencia ética, es decir, el estudio de cómo obrar el bien. Sólo el ser humano es sujeto de moralidad, pero no todos los actos que realiza el hombre se les puede aplicar las categorías de bien y mal. Sólo aquellas que se hacen con conocimiento y voluntad libre son sujetos de moralidad y se llaman actos humanos.

 
Por consiguiente, no son éticos los llamados actos del hombre, es decir, los que se realizan de modo inconsciente e involuntario (p. ej.: las acciones de los disminuidos psíquicos, el hombre normal en estado de semiinconsciencia, la digestión, etc.). En consecuencia, sólo los actos humanos expresan siempre la bondad o la malicia del que los realiza, porque abarcan a toda la persona y no sólo a la inteligencia o la voluntad.

 a) El conocimiento, elemento constitutivo del obrar ético. El hombre es un animal racional y la racionalidad es lo específico de la ética. Por ello, para que las acciones puedan ser calificadas éticamente se requiere que se lleven a cabo conscientemente (es decir, se dé cuenta de la acción que va a realizar) y que, desde el punto de vista ético o moral, advierta que es buena o mala. Es decir, la advertencia es el acto mental por el que la persona se da cuenta de lo que va a hacer o está haciendo y de la bondad o malicia de su acción.

La advertencia puede ser de dos tipos:
 
  • plena, que es cuando se realiza sin oscurecimiento del conocimiento;
  • y semiplena, cuando hay algún impedimento que oscurece el juicio (al despertarse del sueño, quedándose en semivigilia; el uso de drogas y las alteraciones psíquicas, etc.).
Por lo tanto, para la realización de un acto malo se precisa que la advertencia sea plena.

Por eso, para que un acto sea ético, se requiere que:

  • el sujeto advierta lo que realiza (no se realizan actos malos en un sueño);
  • que sea consciente de su aspecto ético: que sepa que lo que realiza está o bien o mal.
b) La libertad, condición del obrar ético. Además de que el acto humano sea consciente, es decir, realizado con plena advertencia, hace falta que además sea realizado voluntariamente. Llamamos consentimiento al asentimiento de la voluntad al objeto que le propone la inteligencia. El consentimiento expresa, pues, que la voluntad quiere libremente hacer algo. Es, por tanto, manifestación de la libertad en el obrar. Y la libertad es el elemento más importante del acto ético o moral.

La libertad es para hacer el bien y no el mal, es decir, tiene la capacidad física de hacer el mal, pero no debe hacerlo (por ejemplo, un padre puede pegar físicamente al hijo, pero no debe). Como dice Santo Tomás:

«Hacer el mal no es libertad, ni siquiera una parte de ella, sino tan solo una señal de que el hombre es libre».

Consecuentemente, el acto es imputable al hombre, y se hace responsable. De tal manera que el hombre se siente responsable de sus actos y los demás hombres también nos hacen responsables de ellos.

La libertad comporta una responsabilidad y se da aunque no haya conciencia de ello. Sin embargo, si la libertad comporta responsabilidad, es claro que cuando no se es responsable tampoco se puede reclamar la libertad.

La tesis de la responsabilidad ética del obrar humano, y en consecuencia del mérito y la culpa, descansa sobre la afirmación de la libertad. El hombre tiene que dar cuenta del uso de su libertad frente a los demás (y algunas veces de un modo formal, ante la justicia). Sólo cuando hay libertad los actos son imputables al sujeto y merecedores de premio o castigo. Si no hay libertad o se da la ignorancia no hay imputabilidad.


El mérito y el demérito

El mérito es la recompensa a la que tiene derecho un sujeto por la realización de un acto éticamente bueno, imputable a su persona. Para que sea imputable, es necesario que haya sido hecho con responsabilidad y cumpla las condiciones de todo hecho ético. El demérito es la disminución del mérito por haber realizado una acción mala imputable.

Fundamento del mérito. La realización de actos aumenta o disminuye el valor ético o moral del hombre. Para ello se requiere que el acto sea bueno o malo y reporte un bien o un mal a quien ha de dar la recompensa. Sin embargo, no siempre el sujeto receptor del acto ético sabe apreciar y premiar las acciones con la debida recompensa. Por eso, la ética no se fundamenta en las recompensas de los demás hombres, sino que fomenta una actitud desinteresada basada en el cumplimiento del deber y confiando en una justicia definitiva.

 
Libertad y afectividad

Las facultades vegetativas y sensitivas influyen en la actividad ética del hombre y, en concreto, la afectividad influye en la voluntad. Por afectividad entendemos los actos de las facultades apetitivas, es decir, las pasiones (o también afectos, sentimientos, emociones, etc.). La sensibilidad tiene dos facultades apetitivas: el concupiscible y el irascible. La afectividad incluye esferas emocionales diversas como la sensualidad y la afectividad. La sensualidad hace referencia al placer corporal (táctil). En cambio, la afectividad idealiza el objeto, que invade la memoria, el pensamiento y la imaginación y es más difuminada. La afectividad se transforma fácilmente en sensualidad.

La afectividad comprende también los hábitos de las facultades apetitivas. Sin embargo, en el hombre las tendencias sensitivas están sujetas al gobierno de la razón y de la voluntad, que hacen adquirir hábitos o virtudes éticas.

Los actos sensibles no afectan intrínsecamente a la voluntad, no la determinan, pero sí pueden influir en ella a través de la inteligencia (p. ej.: la pasión puede llevar a una persona a no apartar la imaginación de la persona amada). Además, la voluntad puede tener un influjo al que podemos llamar redundancia negativa. Es decir, cuando una facultad apetitiva actúa con gran vehemencia, las otras facultades sólo pueden obrar con debilidad. Por lo tanto, cuando más violenta sea la pasión, más débil será el acto voluntario.

El influjo de la afectividad sobre la razón tiene gran importancia en la vida ética. El hombre no es un «espíritu puro», sino que está influido por las pasiones. Por eso, el hombre se siente atraído por el «bien aparente», al estar influido por las pasiones y los hábitos. Pero además tiene un sentido positivo al considerar los sentimientos y hábitos para la valoración ética.

Los afectos transeúntes (actos) influyen en menor medida que las disposiciones afectivas estables (virtudes y vicios). Por ejemplo, el vicio nos lleva a un error no sólo en un acto concreto, sino acerca de las razones generales del obrar.

La razón y la voluntad influyen también sobre la afectividad. La pasión puede ser querida por la voluntad (p. ej.: quien quiere ser contundente a la hora de la venganza, recuerda insistentemente la ofensa recibida). En ética se les llama pasiones consecuentes. 

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