El acto humano
La advertencia
puede ser de dos tipos:
- plena, que es cuando se realiza sin oscurecimiento del
conocimiento;
- y semiplena,
cuando hay algún impedimento que oscurece el juicio (al despertarse del
sueño, quedándose en semivigilia; el uso de drogas y las alteraciones psíquicas,
etc.).
Por eso, para que un acto sea ético, se requiere que:
- el sujeto advierta lo que realiza (no se realizan actos
malos en un sueño);
- que sea consciente de su aspecto ético: que sepa que lo
que realiza está o bien o mal.
La libertad es para hacer el bien y no el mal, es decir,
tiene la capacidad física de hacer el mal, pero no debe hacerlo (por ejemplo,
un padre puede pegar físicamente al hijo, pero no debe). Como dice Santo Tomás:
«Hacer el mal no es
libertad, ni siquiera una parte de ella, sino tan solo una señal de que el
hombre es libre».
Consecuentemente, el acto es imputable al hombre, y se hace
responsable. De tal manera que el hombre se siente responsable de sus actos y
los demás hombres también nos hacen responsables de ellos.
La libertad comporta una responsabilidad y se da aunque no
haya conciencia de ello. Sin embargo, si la libertad comporta responsabilidad,
es claro que cuando no se es responsable tampoco se puede reclamar la libertad.
La tesis de la responsabilidad ética del obrar humano, y en
consecuencia del mérito y la culpa, descansa sobre la afirmación de
la libertad. El hombre tiene que dar cuenta del uso de su libertad frente a los
demás (y algunas veces de un modo formal, ante la justicia). Sólo cuando hay
libertad los actos son imputables al sujeto y merecedores de premio o castigo.
Si no hay libertad o se da la ignorancia no hay imputabilidad.
El mérito y el demérito
El mérito es la
recompensa a la que tiene derecho un sujeto por la realización de un acto éticamente
bueno, imputable a su persona. Para que sea imputable, es necesario que haya
sido hecho con responsabilidad y cumpla las condiciones de todo hecho ético. El
demérito es la disminución del mérito
por haber realizado una acción mala imputable.
Fundamento del mérito. La realización de actos aumenta o disminuye el valor ético
o moral del hombre. Para ello se requiere que el acto sea bueno o malo y
reporte un bien o un mal a quien ha de dar la recompensa. Sin embargo, no
siempre el sujeto receptor del acto ético sabe apreciar y premiar las acciones
con la debida recompensa. Por eso, la ética no se fundamenta en las recompensas
de los demás hombres, sino que fomenta una actitud desinteresada basada en el
cumplimiento del deber y confiando en una justicia definitiva.
Libertad y afectividad
Las facultades
vegetativas y sensitivas influyen en la actividad ética del hombre y, en
concreto, la afectividad influye en
la voluntad. Por afectividad entendemos los actos de las facultades apetitivas,
es decir, las pasiones (o también afectos, sentimientos, emociones, etc.). La
sensibilidad tiene dos facultades apetitivas: el concupiscible y el irascible.
La afectividad incluye esferas emocionales diversas como la sensualidad y la afectividad. La sensualidad hace referencia al placer corporal
(táctil). En cambio, la afectividad idealiza el objeto, que invade la memoria,
el pensamiento y la imaginación y es más difuminada. La afectividad se
transforma fácilmente en sensualidad.
La afectividad comprende
también los hábitos de las facultades apetitivas. Sin embargo, en el hombre las
tendencias sensitivas están sujetas al gobierno de la razón y de la voluntad,
que hacen adquirir hábitos o virtudes éticas.
Los actos sensibles no
afectan intrínsecamente a la voluntad, no la determinan, pero sí pueden influir
en ella a través de la inteligencia (p. ej.: la pasión puede llevar a una persona
a no apartar la imaginación de la persona amada). Además, la voluntad puede
tener un influjo al que podemos llamar redundancia
negativa. Es decir, cuando una facultad apetitiva actúa con gran
vehemencia, las otras facultades sólo pueden obrar con debilidad. Por lo tanto,
cuando más violenta sea la pasión, más débil será el acto voluntario.
El influjo de la
afectividad sobre la razón tiene gran importancia en la vida ética. El hombre
no es un «espíritu puro», sino que está influido por las pasiones. Por eso, el
hombre se siente atraído por el «bien aparente», al estar influido por las
pasiones y los hábitos. Pero además tiene un sentido positivo al considerar los
sentimientos y hábitos para la valoración ética.
Los afectos transeúntes
(actos) influyen en menor medida que las disposiciones afectivas estables
(virtudes y vicios). Por ejemplo, el vicio nos lleva a un error no sólo en un
acto concreto, sino acerca de las razones generales del obrar.
La razón y la voluntad
influyen también sobre la afectividad. La pasión puede ser querida por la
voluntad (p. ej.: quien quiere ser contundente a la hora de la venganza, recuerda
insistentemente la ofensa recibida). En ética se les llama pasiones consecuentes.
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