La realización de los actos humanos, buenos o malos, forjan
el carácter o modo de ser adquirido libremente por una persona. Este modo de
ser es a lo que se le llama hábito,
que no es otra cosa sino la disposición permanente de obrar de una determinada
manera, como consecuencia de la repetición de una serie de actos. El hábito es
como una segunda naturaleza que para bien o para mal adquieren las personas.
A los hábitos malos se les llama vicios, e imponen a la voluntad una tendencia al mal. Por el
contrario, los hábitos buenos se llaman virtudes
y orientan a la voluntad hacia el bien.
Tanto el vicio como la virtud son consecuencia de la libertad
moral, con la diferencia de que la virtud está orientada por auténticos valores
y el vicio por valores ficticios o antivalores. La auténtica libertad no es la
capacidad de elegir el mal, sino la de elegir el mejor bien entre los posibles.
Como a veces los hábitos se contraen involuntariamente, la
responsabilidad comienza desde el momento en que el hombre los advierte.
Virtud como excelencia y
virtud como hábito operativo
La virtud puede definirse como:
«el hábito operativo
bueno».
Inhieren en una potencia operativa y, por eso, se distinguen
de los «hábitos entitativos» que inhieren en la naturaleza de una cosa (p. ej.:
la sabiduría es un hábito operativo y la salud es un hábito entitativo).
Las virtudes, por ser hábitos, perfeccionan a las potencias
operativas. En cambio, los vicios facilitan a la potencia una disposición hacia
las malas obras. En la medida en que las potencias operativas se perfeccionan
por las virtudes, ayudan a realizar actos buenos con facilidad y prontitud y,
por eso, se dice que la virtud es lo que hace bueno al que la tiene y hace
buena su obra, y también que es una buena cualidad del alma por la que se vive
rectamente y que no puede usarse para el mal. Las virtudes no son siempre necesarias
para las diferentes potencias. No se necesitan para aquellas que están determinadas
a un solo acto, como puede ser la potencia reproductora. En cambio, para otras
potencias tanto racionales como sensibles son muy útiles y necesarias. Y
concretamente, los apetitos sensibles, como pueden rebelarse contra las
potencias superiores, necesitan ser perfeccionados por las virtudes morales.
Virtudes intelectuales y
virtudes éticas: concepto y diferencia entre ellas
a) Virtudes
intelectuales.
Las virtudes intelectuales inhieren y perfeccionan a la razón
especulativa y práctica, y las morales perfeccionan a la voluntad y a las
tendencias sensibles.
Las virtudes de la razón especulativa son:
el intellectus
(hábito de los primeros principios especulativos)
y sindéresis (principios
morales).
La sabiduría
considera las cosas desde las causas últimas y las diversas ciencias estudian las causas últimas de
cada género de cosas descendiendo a las conclusiones.
Los hábitos de la razón práctica son la prudencia (recta ratio
agibillium) que determina lo que se ha de hacer en los casos concretos para
obrar virtuosamente y las artes o técnicas (recta ratio factibillium) por la que sabemos producir determinados
objetos.
Son importantes los hábitos intelectuales porque dan la
capacidad de obrar bien, pero no aseguran el recto uso de esa capacidad, pues
es posible utilizar la ciencia o la técnica para el mal. En consecuencia,
propiamente no son virtudes, exceptuando la prudencia.
b) Las virtudes morales.
Las virtudes morales o cardinales podemos definirlas como:
«un hábito electivo que consiste en un término medio relativo a
nosotros, y que está regulado por la recta razón en la forma que lo regularía
el hombre verdaderamente prudente».
Y se llaman cardinales porque vienen del latín cardo, que
significa gozne, porque son los cuatro goznes alrededor de los cuales giran las
demás virtudes.
La virtud moral, hábito
de la buena elección
·
El término medio de la virtud moral
Del mismo modo que la verdad no es el término medio entre
dos errores, la virtud moral no es tampoco el término medio entre dos vicios
sino una cumbre entre los abismos de los vicios. Por eso, el principio «in medio virtus» no hace referencia a la
mediocridad.
Concretamente, la virtud
moral consiste en un medio entre un defecto y un exceso. Por ejemplo, la
laboriosidad es trabajar todo lo que se debe. Se opone a la laboriosidad trabajar
menos de lo debido, perder el tiempo, etc.; y también, se opone trabajar sin
medida, sin respetar otros deberes de caridad, familiares, etc.
Este principio es sólo válido para las virtudes morales que
hacen referencia a los medios para alcanzar el fin, y en los medios siempre hay
medida. En cambio, en las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) no cabe
término medio, no hay medida, siempre podemos más (no es posible creer
demasiado, ni esperar demasiado, ni amarle exageradamente). Este principio se
debe entender sólo con respecto a los medios, en los que cabe un exceso y un
defecto y por lo tanto la virtud estará en el medio entre dos negatividades.
·
La adquisición de la virtud moral
Las virtudes que posee el hombre, y también los vicios, se
adquieren y se aumentan por repetición de actos. La forma de disminuirlos o
perderlos es por la realización de actos contrarios a la propia virtud. Por la
realización de estos actos se adquieren los vicios.
Si no se realizan actos virtuosos se debilitan las virtudes
e incluso se puede llegar a la pérdida de ellas.
Son virtudes primordiales para el desarrollo como persona.
Las virtudes morales ayudan al individuo a dominar sus pasiones y a aprender a
dominarse a sí mismo. Nadie nace con estas virtudes sino que se consiguen
mediante un arduo y prolongado entrenamiento.
·
La conexión de las virtudes
Entendemos por conexión
de las virtudes morales a la propiedad de estas según la cual no puede darse
una en estado perfecto sin que se den los demás, y eso se debe a la participación
de todas ellas en la prudencia.
Entre los moralistas caben dos posturas diferentes acerca de
las virtudes morales. Para unos, la virtud moral no sería otra cosa que la
actividad de la prudencia (saber elegir). Para otros, la relación de la virtud
moral con la prudencia es solamente extrínseca, de tal, manera que la virtud no
sería un hábito psicológicamente distinta del vicio (la virtud sólo añadiría al
hábito una mera relación de razón al recto dictamen de la prudencia). Por
ejemplo, el hábito de malgastar el dinero llevaría a una persona, una vez cambiada
su orientación moral a ser generoso con los necesitados.
Pero para Santo Tomás, las virtudes morales son hábitos
esenciales y constitutivamente conformes con la razón, y por eso la recta razón
debe entrar en la definición de virtud. Para el Aquinate, la prudencia forma
parte de las virtudes morales no como algo esencial sino como la causa en el
efecto (es participada). En último término, para Santo Tomás las virtudes
morales presuponen la prudencia, esta requiere a su vez las virtudes morales,
luego todas las virtudes morales están conectadas y no pueden darse separadamente.
El organismo de las
virtudes morales: virtudes cardinales y virtudes específicas
·
Las virtudes cardinales
Las virtudes morales o cardinales podemos definirlas como «un hábito electivo que consiste en un
término medio relativo a nosotros, y que está regulado por la recta razón en la
forma que lo regularía el hombre verdaderamente prudente». Y se llaman
cardinales porque vienen del latín cardo, que significa gozne, porque son los
cuatro goznes alrededor de los cuales giran las demás virtudes.
La división más conocida y utilizada por santo Tomás es la
siguiente: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
A. La prudencia:
Se define como «la recta medida de lo que se ha de obrar», es decir, señala el
medio y sugiere las formas de conseguirlo (p. ej.: la prudencia nos dice cómo
debe castigarse una falta o si se debe dejar pasar; a quién elegir para que nos
dirija en el gobierno de la nación, etc.).
B. La justicia: Es
la virtud que nos inclina a dar a cada uno lo suyo. La justicia se divide en
conmutativa, legal y distributiva. La justicia conmutativa se da entre iguales,
es decir, afecta a los individuos en cuanto son personas privadas (p. ej.:
regulará el alquiler, el contrato de compraventa). La justicia legal dice
relación entre los ciudadanos y los gobernantes. Y la distributiva dice
relación entre los gobernantes y los ciudadanos.
C. La fortaleza:
Es la virtud que regula los actos del apetito irascible, y tiene por objeto el
bien arduo y difícil de conseguir. La fortaleza modera tanto el temor como la
temeridad. Tiene una gran importancia en la vida moral, ya que la consecución
del bien encuentra resistencia tanto personal como externa, y requiere un
esfuerzo hasta el final.
D. La templanza:
Perfecciona el apetito concupiscible, que se dirige al bien deleitable,
moderando los placeres del cuerpo. Modera nuestros dos impulsos principales: la
autoconservación y la conservación de la especie. Por eso, regula la excesiva
complacencia en la comida (abstinencia), la excesiva complacencia en la bebida
(sobriedad) y también el apetito sexual (castidad).
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