lunes, 4 de mayo de 2015

V. LA Ética (III)


Naturaleza de la Ética

 

La ética es una ciencia que se ocupa de la honestidad de los actos humanos. Por eticidad o moralidad entendemos aquella cualidad que se refiere a los actos humanos que se realizan con libertad en relación al último fin y, en consecuencia, determina un acto como bueno o malo, no extensible a los actos no libres.

Por eso, podemos decir que la ética

«es aquella parte de la filosofía que estudia la honestidad del obrar humano»

Y, con otras palabras, podemos decir que la ética hace referencia a

«los actos humanos en cuanto son buenos o malos».

Se reserva el nombre de actos humanos para aquellas acciones que son libres y voluntarias.

Conviene reparar en la diferencia entre amoral e inmoral. Lo amoral es lo que no implica voluntariedad (p. ej.: la digestión, el andar dormido, etc.). En cambio, lo moral o ético en sentido genérico connota voluntariedad; y dentro de éste se distingue lo moral o ético en sentido específico, que siempre es una acción éticamente buena, y lo inmoral, que es una acción éticamente mala. Conviene recalcar, además, que la diferencia valorativa entre bueno y malo se hace con referencia a alguna norma (mensura, medida, criterio), que sirve de canon para determinar qué actos son buenos, qué actos son malos y cuáles indiferentes.
 

Objeto de la ética
 

El objeto de la ética son los actos humanos, es decir, aquellos que se hacen libremente. En cambio, la ética no se refiere a los actos del hombre, que son los no voluntarios (p. ej.: demencia, circulación de la sangre, etc.).

Además de los actos, es objeto primordial de la ética los hábitos, que también tienen calificación ética. Los hábitos en tanto que éticos se denominan virtudes y vicios, y son engendrados por la repetición de actos. Por último, también conviene hacer una referencia al carácter, que por estar formado a partir de los hábitos es susceptible de moralidad.

 
EL SUJETO ÉTICO Y EL OBRAR HUMANO

 
La persona como autor de la propia conducta

La ética estudia las acciones humanas, que suponen unos conceptos éticos fundamentales, y por ello la ética presupone una teoría de la acción humana. Vamos a estudiar el enfoque antropológico, que pone de manifiesto la relación entre la teoría de la acción y de la persona que es el más aceptado.

El sujeto como autor de la propia conducta y la finalidad intrínseca de los actos humanos. Unidad y complejidad de la persona como sujeto ontológico

 
Para Boecio, la persona es:

«la sustancia individual de naturaleza racional»,

destacando la racionalidad frente a las cosas y los animales. Tenemos que destacar que el espíritu es forma del cuerpo, es decir, la persona humana es la unión de cuerpo y alma, unión que llamamos sustancial. La acción humana participa de la intención interior y la realización exterior. La unidad y la complejidad de la persona se entiende también como síntesis unitaria de naturaleza y libertad.

En filosofía el problema se plantea y se resuelve en el plano de la acción. Se distingue la voluntad de la naturaleza como principio de dos dinamismos, el voluntario y el natural. Por ello, hablamos de voluntas ut natura a la dimensión natural de la voluntad y de la voluntas ut ratio, que es el fundamento de la libertad. Por lo tanto, hay una distinción entre naturaleza y libertad. Por ejemplo, el temperamento limita las acciones libres.

Hoy en día, el problema se ve más desde un punto de vista existencial. Naturaleza sería todo lo que le viene dado al ser humano a nivel físico, psicológico, espiritual, etc., y la libertad sería considerada como pura capacidad de autodecisión. Es decir, a la naturaleza pertenecen todas las inclinaciones y disposiciones espontáneas, mientras que a la persona las acciones y disposiciones causadas por el yo. Esta contraposición lleva a la ambigüedad de la responsabilidad ética.
 
La integración de los dos dinamismos es un arduo problema. Para ello, debemos considerar a la persona en cuanto que es también objeto de la acción humana. La naturaleza creada tiene su norma originaria en la razón creadora de Dios. En la sabiduría del Creador, tiene su norma la dignidad  y el sentido de la persona y de sus dimensiones (libertad, lenguaje, sexualidad, etc.) y este sentido no queda completamente a merced de la libertad humana.

 La naturaleza actúa a través de las facultades o potencias, que son el principio inmediato de las acciones. Ante la pluralidad de facultades, se plantea el tema de estas en relación con la ética. La respuesta a este tema es que el hombre es sujeto moral por estar dotado de conocimiento intelectual y voluntad libre. Más concretamente, la moralidad se refiere directamente al querer y a la tendencia. Ahora bien, a la disposición y a la actividad del hombre contribuyen también las facultades de la vida vegetativa y sensitiva, pues el hombre no se lo explica. Hay una estrecha interconexión entre las facultades de la vida vegetativa, sensitiva y racional.
 
También tienen una especial importancia los sentimientos. Entre el sentimiento y la voluntad se establecen relaciones de recíproca comunicación, pero el sentimiento no tiene un valor absoluto sino que forma parte de la estructura psicológica de la persona. Por último, hay que tener en cuenta el temperamento y el carácter que influyen en las acciones humanas y que no pueden ser desconocidos en la ética.

 
 
Teoría de la acción voluntaria

 Podemos definir la acción voluntaria como:

 «aquella acción que procede de un principio intrínseco con conocimiento formal del fin».

Cuando decimos que procede de un principio intrínseco queremos decir que la acción tiene su origen en una facultad apetitiva del sujeto y por lo tanto actúa desde dentro. Que procede de un principio intrínseco con conocimiento formal del fin significa que el sujeto conoce el fin de la acción y que él lo quiere en su obrar. Además, significa que el fin es el origen de la acción y, por lo tanto, es una acción consciente. Como la acción voluntaria tiene su origen en el conocimiento, se distingue de la acción puramente espontánea, es decir, aquella que no tiene un conocimiento formal del fin (p. ej.: gritar por haberse quemado). Ahora bien, se pueden considerar también acciones espontáneas las acciones realizadas con un conocimiento del fin pero que obedecen a una necesidad interna (las acciones que son fruto de la voluntas ut natura). Por eso, no todo acto de la voluntad es libre (aunque esta distinción es bastante teórica e inexacta).

El término fin expresa el objeto de la voluntad, es decir, la acción voluntaria tiene un objeto. Por eso decimos que es intencional, que no es otra cosa que la apertura de los actos de la inteligencia y de la voluntad hacia un objeto. La intencionalidad de la voluntad es consciente; es activa; es guiada y ordenada por la razón; es autorreferencial, es decir, revierte sobre el sujeto personal (p. ej.: robar hace al sujeto ladrón).

 
Concepto y modalidades de la acción voluntaria

 a) Actos elícitos y actos imperados. Hay dos tipos de actos voluntarios: los elícitos y los imperados. Los elícitos son ejercidos directamente por la voluntad (amor u odio) y los imperados son realizados inmediatamente por una facultad diversa de la voluntad (los ojos, los brazos, etc.).

 b) Acción perfectamente voluntaria y acción imperfectamente voluntaria. Acción perfectamente voluntaria es aquella que la persona advierte lo que hace y es plenamente consciente de su acción. Si falta alguno de los dos requisitos, será imperfectamente voluntaria. La imperfección del acto voluntario puede deberse:

a) la imperfección del conocimiento del fin en el momento de la acción. No nos referimos a la ignorancia o el error, sino a situaciones (como la semi–vigilia, la ebriedad parcial, un gran estado de agitación, etc.) que dificultan en el momento de actuar el conocimiento del fin;

b) imperfección del movimiento hacia el objeto por objetos que causen repugnancia, etc. Estas acciones suelen ser ambivalentes (p. ej.: una acción placentera pero éticamente reprobable). En el sujeto se produce una situación de lucha que se puede traducir en un movimiento voluntario deficiente.

c) Acción y omisión. La acción voluntaria se aplica no sólo al querer o al hacer voluntario, sino también al no querer y al querer no hacer, es decir, a los actos que llamamos omisiones. La omisión es muy importante en la ética, por ejemplo en omisiones reprobadas por la ley moral o civil, como es omitir la ayuda a una persona que necesita socorro o la omisión de un deber profesional.

 d)  Acción no voluntaria, acción involuntaria y acción voluntaria mixta.
 

Como dice Aristóteles,
 
«todo lo que se hace por ignorancia es no voluntario, e involuntario lo que se hace con dolor y pesar».

Basándonos en esta observación diremos que la acción no voluntaria significa privación de voluntariedad por falta del conocimiento formal del fin. En cambio, la acción involuntaria añade un nuevo elemento, que es la contrariedad u oposición de la acción involuntaria al acto (por ejemplo, un acto hecho por violencia). Las acciones mixtas son aquellas en que se mezclan la voluntariedad y la involuntariedad. Por ejemplo, como dice Aristóteles,

«si un tirano mandase a alguien cometer una acción denigrante, teniendo en su poder a sus padres y éstos se salvasen si lo hacía».

Las acciones mixtas son libres y psicológicamente normales, pero no responden a una libre iniciativa de la persona. Esas situaciones atenúan la responsabilidad moral pero sin suprimirla completamente, salvo que el terror anulase completamente el uso de razón.
 

 Estas situaciones se dan frecuentemente en nuestra sociedad a nivel político, económico, profesional, etc. Por ejemplo, dar comisiones fraudulentas para conseguir contratos.


El objeto directo e indirecto de la voluntad

Aunque hemos dicho que el objeto de la voluntad es el fin, tenemos que precisar más diciendo que el objeto de la voluntad es el bien y el fin. El objeto de la voluntad es el bien en cuanto tal, pero no sólo el bien captado universal y abstractamente, sino las acciones concretas en cuanto que son convenientes o apetecibles. Para el sujeto que actúa, una acción puede poseer el bien de diversas formas. Una de estas formas de bien es el fin, que es lo que se presenta como bueno o deseable en sí mismo, y una vez conseguido el fin el acto voluntario termina.

Lo bueno en sí mismo puede ser de dos modos: lo honesto y lo deleitable. El bien honesto se nos presenta como objetivamente bueno y digno de ser amado, y el bien deleitable se nos presenta como placentero. También podemos hablar de un bien útil (bien finalizado) que es querido no en sí mismo sino porque se presenta como ordenado a la realización o consecución del fin. De estos bienes el más perfecto es el honesto, después el deleitable y finalmente el útil. No obstante, lo que hoy quiero como bien útil mañana me puede interesar en sí mismo.

El fin y el bien útil son queridos directamente por la persona. Ahora bien, la voluntad también puede querer un objeto indirecto que está dentro del campo intencional del sujeto. Podemos afirmar que el efecto indirecto es una consecuencia de la acción que no interesa ni es querida de ningún modo, ni como fin ni como medio, pero que es prevista y permitida en cuanto que está inevitablemente unida a lo que se quiere (p. ej.: tomar una aspirina para el dolor de cabeza que produce a la vez acidez). No obstante, conviene no confundir esta acción (acción voluntaria indirecta) con las acciones voluntarias mixtas. Por ejemplo, no es lo mismo extraer el útero a causa de un tumor canceroso que extraerlo para no procrear más. En la práctica, con mucha frecuencia es difícil distinguir el objeto directo y el indirecto de la voluntad, pudiéndose dar abusos, por lo que conviene tener una conciencia bien formada.

Los diversos actos de la voluntad

Podemos distinguir diversos pasos en la realización del acto voluntario. A la primera aprehensión de un fin sigue una complacencia de la voluntad que se llama amor. Después hay un juicio que valora la posibilidad y el modo de alcanzarlo, y al que le sigue una decisión de obtenerlo: a esa decisión se llama intención. Movida por la intención, la inteligencia delibera acerca de los medios para conseguir el fin, a los que la voluntad presta o no su consentimiento. Luego ve cuál de esas acciones es la más apropiada (juicio de elección) y toma la decisión de hacerlo así (elección). Cuando se ha decidido organiza y coordina a las diversas potencias operativas (imperio racional) y de acuerdo con ese plan mueve a otras potencias. Por último, se consigue el fin y el gozo en el fin poseído.

Es muy importante para la ética el estudio de la decisión interior o elección y el de la intención. Entendemos por intención un acto elícito de la voluntad que consiste en el querer eficaz de un fin que está distante de nosotros, de modo que no resulta inmediatamente alcanzable. Llamamos decisión o elección al acto elícito de la voluntad que tiene por objeto lo inmediatamente operable en vista de un fin intentado. El objeto de la decisión es la acción finalizada que está en mi poder hacer o no, o hacerla de un modo o de otro.

 Los actos imperados y sus problemas específicos

Los actos imperados pueden ser operaciones de la inteligencia, de la memoria o de la imaginación (actos imperados internos) pero normalmente se corporalizan en algo exterior (actos imperados internos). Los actos imperativos externos reciben del interior de la persona su significado ético, pero sin olvidar que son vistos por otras personas que pueden dar lugar a otra calificación moral. Es el tema de la ejemplaridad y la cooperación. La ejemplaridad consiste en la influencia que la acción puede desarrollar sobre la voluntad ajena. La ejemplaridad puede ser positiva o negativa. A esta última se le llama escándalo. La cooperación consiste en la ayuda que se presta a la ejecución de lo que realiza otro. En la cooperación mi acción no influye sobre la voluntad ajena. Nuestra cooperación puede ser querida directamente y libremente con aprobación a la acción ajena (cooperación formal) o sólo puede ser tolerada sin aprobación de la acción ajena (cooperación material). El problema surge en la cooperación al mal en si es material o formal.

La descripción de la acción voluntaria

Para hablar de la acción voluntaria tenemos que considerar el orden de la intención y el de la ejecución unitariamente. El primero se estructura con relación a un fin. El segundo es la ejecución de lo proyectado y que tiene un orden inverso al de la intención. Lo que en la intención es el fin, primariamente querido, en la ejecución es el último resultado de lograr. Cuando nos referimos al orden intencional o de la intención no sólo hacemos referencia al acto llamado intención, sino a la entera intencionalidad del obrar humano. Nos referimos tanto al qué se hace como al porqué se hace. La acción humana debe comprender la unidad entre la conducta externa y el proyecto interior de quien lo realiza (p. ej.: un hombre alza el brazo contrayendo los músculos (hecho físico); este mismo hombre, al alzar el brazo indica que necesita ayuda (acción humana)).

El proyecto interior comprende tanto el qué como el porqué. El porqué es la razón de la obra, aquello en vista de lo cual se obra. Por eso, las «razones» no siempre logran explicar el comportamiento.

Al hablar de la acción no podemos prescindir del orden de la ejecución (p. ej.: el hombre que pide auxilio, si no levanta la mano puede ser simplemente una acción errónea en sentido físico, pero el no levantarla puede suponer también no poner los medios respecto al fin que quiere).

Acción voluntaria, teoría y producción

Tenemos que distinguir entre obrar voluntario (praxis, agere), especulación (theoria) y hacer productivo (poiesis, facere). Esta distinción marca las relaciones entre ética, ciencia y técnica.

La diferencia entre agere y facere es la siguiente: el objetivo del hacer (facere) está constituido por los resultados conseguidos (p. ej.: hacer una casa, un automóvil); el obrar (agere) es un obrar que tiene su término en el sujeto o en la obra misma. No obstante, en los procesos productivos se da una simultaneidad entre el hacer y el obrar que nos lleva a ver que su distinción es de aspectos formales que pueden ser poseídos por una misma acción (p. ej.: trabajo objetivo y subjetivo). Pero entre el obrar y el hacer hay una jerarquía, de tal manera que la técnica está sometida al obrar humano (p. ej.: la práctica médica no puede entenderse como algo exclusivamente económico).

La especulación o teoría es imperada por la voluntad (p. ej.: quiero estudiar) y también tiene una legalidad epistemológica propia (la mente se rinde ante la evidencia del objeto. En consecuencia hay un aspecto subjetivo y otro objetivo. La actividad científica se refiere al progreso de la ciencia, pero también tiene una dimensión subjetiva (la ciencia perfecciona a la persona y por lo tanto no debe ser guiada por interese personales o económicos). La ciencia sigue las exigencias de la verdad pero en cuanto que es una actividad ética, debe sujetarse a las normas morales. La ciencia o es el valor más alto, sino que está sometida el valor de la persona (p. ej.: por muchos avances científicos que haya en la clonación, no se pueden aplicar a la clonación de la persona humana). 

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