lunes, 4 de mayo de 2015

III. La Ética (I)

Moral o Ética

La Moral y la Ética tienen una procedencia semántica similar. Ética viene del griego ethos (costumbre) y moral viene del latín mos (costumbre). Etimológicamente ambas estudian el valor de las costumbres del hombre.

Modernamente, por Ética se entiende la ciencia que estudia la rectitud de la conducta humana respecto a unas normas justas y pertenece al ámbito de la Filosofía. La Moral se refiere a la buena conducta según las diferentes religiones. Su estudio lo realiza la Teología. Actualmente se usan indistintamente: moral social, ética cristiana, etc.

Ambas ciencias no coinciden plenamente, sino que difieren conceptualmente, porque la ética filosófica se centra en el recto proceder del comportamiento humano obtenido de unos princi­pios que se deducen por la razón, y la moral cristiana se funda­menta en la Sagrada Escritura, en la Tradición y en la interpreta­ción que hace el Magisterio de la Iglesia de la Revelación divina. Concretamente, la moral cristiana es una ciencia teológica que trata de los actos humanos en orden a conseguir el fin último so­brenatural, según lo revelado por Dios.

Ambas ciencias se distinguen, pero no se contradicen, sino que se prestan mutuo apoyo (como Dios es el Autor de ambas, no puede haber contradicción).

La Filosofía cede a la Teología su visión del hombre y su com­portamiento moral. En cambio la Teología ofrece a la Ética filo­sófica un conocimiento más claro de la dignidad humana, ya que ilumina los principios morales que rigen el modo de actuar, apo­yándose en la Revelación y en la vida de Jesús.

En consecuencia, sistemas éticos que sólo se basan en la razón están sometidos al vaivén del pensamiento humano en el curso de la Historia.

·         Del concepto del hombre se deduce su conducta moral. Rasgos de la antropología cristiana

La conducta moral del ser humano se deduce de las nociones de la antropología y la ética. En consecuencia, la conducta hu­mana viene condicionada por la visión que se tenga del hombre. Por ello, se llegará a diferentes éticas según la determinada vi­sión del hombre que se tenga.

Así, ni se puede caer en una visión en la que el hombre es úni­camente animal (sociobiologismo, moral de placer, etc.), ni úni­camente espíritu (moral angélica, basada en principios que sólo favorecen la vida espiritualista).

Comparada con otras antropologías humanistas la concepción cristiana del hombre tiene unos principios comunes. El más clave es la concepción del alma de la que cabe destacar:

a) su diferencia esencial con los animales;

b)  que la sostienen tanto el pensamiento occidental como el oriental;

c)   en último término, que existe en el hombre un plus en su actividad cognoscitiva que no es reducible al intelecto animal: es el alma racional.

 
·         Dimensión social del hombre


Desde antiguo, los griegos decían que el hombre era un ani­mal social. Esa concepción es recogida también en la actualidad: además de persona es un ser social. La sociabilidad es un rasgo característico de su naturaleza. La persona humana necesita la vida social. Esta no constituye para ella algo sobreañadido, sino una exigencia de su naturaleza. Por el intercambio con otros, la reciprocidad de servicios y el diálogo con sus hermanos, el hombre desarrolla sus capacidades. Y tal sociabilidad se de­sarrolla en la relación del hombre con los demás. En consecuen­cia, la moral no sólo hace referencia a los derechos y deberes del hombre como individuo, sino también como elemento social. La profunda y rápida transformación de la vida exige con suma urgencia que no haya nadie que, por despreocupación frente a la realidad o por pura inercia, se conforme con una ética meramente individualista. El deber de justicia y caridad se cumplen cada vez más, contribuyendo cada uno al bien según la propia capacidad y necesidad ajena, promoviendo y ayudando a las instituciones, así públicas como privadas, que sirven para mejorar las condiciones de vida del hombre. Por esto hay que superar una ética individualista.

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